Luego de varias sugerencias, voy a compartir el primer capitulo del libro.
Espero que les agrade, cualquier comentario es bienvenido.
En los próximos días estaré compartiendo más avances y novedades, si les interesa suscribanse.
Muchas gracias.
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El sol se escondía detrás de las
montañas lejanas del norte. Los soldados en el campamento se encontraban
impacientes, sus enemigos estaban silenciosos y ellos nunca eran silenciosos. Solo
se escuchaba el ruido del agua de río que los rodeaba, los murmullos de sus
compañeros, uno que otro grito cargado de órdenes. Pero ningún sonido
proveniente del otro lado del campo, donde debía estar el campamento adversario.
Sus tropas consistían en
aproximadamente mil solados, de diversas edades y lugares, todos reunidos
físicamente allí representando al imperio de Zamtyr, pero cada uno con la mente
en su hogar. Cuando su patria entró en conflicto armado contra las fuerzas de
Le’ger para ocupar un territorio acuestas del río, fue cuestión de tiempo que
el emperador hiciera reclutamiento de todo hombre capaz de luchar de los
pueblos cercanos. El río representaba una línea de salida al mar, el mar
representaba conectividad con otros reinos, la conectividad representaba
comercio, el comercio representaba oro y el oro era el impulsor de todas las
guerras.
Era el año 784 de Zetch, y han pasado
seis meses desde el inicio de la guerra entre Zamtyr y Le’ger, y Tory estaba
cansado de ella. Él soñaba con su esposa, su hija, su granja y con el gran
árbol en su jardín. Amaba ese árbol. Bajo ese árbol él jugó de niño, le propuso
matrimonio a su mujer, su hija dio sus primeros pasos allí. Había vivido bajo
ese árbol y quería morir bajo el.
Tory era el segundo al mando de la
segunda división, y eso fue gracias a su estado físico. A pesar de ser un
hombre mayor con la mayoría de su pelo canoso, su cuerpo era musculoso gracias
al trabajo diario del campo. No era un hombre alto, pero era más alto que la
mayoría de los hombres. Tenía conocimiento de la espada gracias a su padre y su
habilidad para liderar hasta ese momento solo aplicaba para rebaños de ovejas.
Ser subcomandante era un rango importante, el ejército de Zamtyr en aquel lugar
tenía un general y cinco comandantes, uno por cada división y un subcomandante
por cada uno de ellos.
A medida que el sol desaparecía, el
frio de la noche se intensificaba y tan solo la débil llama de una hoguera era
la única fuente de calor. Tory se acercaba al fuego cuando oyó unos pasos
familiares detrás de él.
-
Tory,
¿Qué haces aquí? Te buscaba.
Tory se volteó a ver a Elo con dos
raciones de comida en sus manos. Era un muchacho joven de tan solo dieciséis
inviernos, de cuerpo delgado y corto de estatura, un joven que pasaría
inadvertido en una multitud sino fuese por el hecho que Elo tenía un cabello
rojo como el fuego y unos ojos azules como el agua, nadie ignoraba la presencia
de aquel joven. Su padre, el herrero del pueblo, era un buen amigo de Tory, muy
viejo para la guerra y por eso, su hijo tomó su lugar. Tory le había prometido
que cuidaría de su hijo.
-
Descansar,
tú deberías hacer lo mismo. En cualquier momento nos llamarán a luchar. Todas
las noches es lo mismo.
-
Esta
noche es diferente. – dijo el joven herrero con una sonrisa en su rostro. –
Escuché decir que los soldados de Le’ger retrocedieron. Nuestros generales
están armando un plan para avanzar y ocupar el terreno mañana.
-
¿Retrocedieron?
– Cuestionaba Tory con asombro y preocupación. – No tiene sentido. Hasta ayer
se mantuvieron firmes como rocas, no pudimos hacer que den un solo paso hacia
atrás. ¿Y hoy retrocedieron? ¿Qué cambió?
-
Cálmate,
suenas como un anciano. – dijo Elo riéndose – Por fin ocurre algo bueno en esta
lucha y tú quieres buscarle la falla.
Tory miró al joven de reojo. – En una
guerra siempre debes pensar que cada acción del otro bando tiene más de un
objetivo.
-
¡Ja!
está bien, lo pensaré, pero luego de la cena. Toma come – Decía mientras le
acercaba uno de los platos con sopa – Lo preparó el tuerto Riff, yo que tú
comería con cuidado.
Ambos se rieron y Elo se sentó a su
lado. Mientras comían ninguno dijo más nada, solo disfrutaron de una compañía
amigable en un sitio lleno de miedo y olor a sangre.
Ya de noche, el ambiente se
encontraba en calma salvo por las nubes que anunciaban la llegada de una
tormenta. – ¿Crees que algún día podremos olvidar esta guerra? – Preguntó Elo
con voz temblorosa. – He visto y hecho cosas que me atormentan de noche, ¿Viviré
con estas pesadillas por siempre?
Elo formaba parte de la quinta
división, ellos rara vez participaban del combate, pero casi siempre les tocaba
la tarea de recuperar las armas y armaduras de los caídos, un trabajo sucio. Un
joven como él no debería estar en un campo de batalla, debería estar
disfrutando de su vida, aprendiendo un oficio y buscando una pareja. – Dudo que
se vayan, quizá se tranquilicen, pero no se irán. Y eso es bueno, que te
sientas así indica que eres un buen hombre Elo. Tu padre estaría orgulloso.
-
Gracias
Tory. – Dijo Elo limpiándose una lagrima que le caía por el rostro. – Nuestras
conversaciones me han ayudado mucho, sin ellas me hubiese vuelto loco desde el
inicio de la guerra.
Sin esperarlo oyeron el estruendo de
una trompeta, y la vida del campamento regresó velozmente. La tranquilidad de
la noche fue remplazada por gritos, que amontonados solo se convertían en
ruido, y soldados corriendo en todas direcciones y sin ningún destino.
Los dos amigos se levantaron y se
dirigieron al puesto de mando que se encontraba casi del otro extremo del
campamento. Las carpas eran de color rojo, pero ya se veían manchadas de barro,
estaban dispuestas en hileras dejando un espacio en el centro donde se ubicaban
los puestos médicos. En el extremo norte, en una gran carpa con bordes amarillos
se distinguía el puesto de mando y la carpa del general. Todo el campamento se
encontraba rodeado por una barricada hecha de troncos de árboles cortados días
anteriores. En todas direcciones se veía verde y dorado en movimiento, los
colores de los uniformes de Zamtyr. El grupo estaba tomando posición.
En su camino se cruzaron con Red, que
recogía su equipo. El hombre era el comandante de la tercera división y a
diferencia del resto de los comandantes, no había dejado que su posición se le
subiera a la cabeza. Red era un hombre redondo casi sin cabello y de piernas
cortas, pero su habilidad con el arco era la mejor del campamento.
-
En
el nombre Zetch, ¿Qué está ocurriendo? – Preguntó Tory, con su mano en el mango
de su espada, un reflejo que adquirió en su tiempo de soldado.
-
Tory,
Elo, que bueno verlos. De prisa, tomen su equipo y síganme, no hay tiempo que
perder. Los bastardos de Le’ger contrataron a los mercenarios de la nieve.
-
¿Cuántos
de ellos? – Dijo Tory con voz apagada.
-
Contaron
cerca de cien de ellos. Debemos correr hacia el general, a esperar sus órdenes.
Están decidiendo si quedarse a combatir o huir.
-
¿Por
qué tanta preocupación por solo cien mercenarios? Nosotros somos más de
setecientos según el último conteo, no deberíamos tener problemas contra ellos.
– Dijo Elo sin entender qué les preocupaba a los dos hombres, pero el miedo en
su voz era notable.
-
Elo,
los mercenarios de la nieve son otra cosa diferente, no son humanos, son
criados para matar. – Contestó Tory con voz elevada, casi como un grito. –
Entiende muchacho, Le’ger retrocedió porque ya no había más nada que hacer, los
cien que enviaron harían el trabajo en su lugar. Esperemos que el general llame
a la retirada, sino será morir en vano.
La calma del campamento desapareció por
completo, la noticia de los mercenarios estaba alcanzando a todos los oídos. Ya
podían verse los que se habían dado por vencido y se encomendaban a los dioses,
aquellos que sus ojos buscaban una forma de poder huir y solo unos pocos que se
preparaban para confrontarlos.
Los tres llegaron al salón de mando,
para recibir instrucciones. El general Ritel, un hombre alto y serio, había
sido enviado desde la capital para reclutar un ejército de campesinos, herreros
y cualquier otro hombre que quisiera luchar por cincuenta monedas de plata.
Cincuenta monedas de plata eran suficientes para que una familia cubriese todos
sus gastos por casi medio año, era un monto muy alto para ser rechazado con
facilidad. En la carpa, junto con un grupo de comandantes, Ritel se encontraba
observando el mapa de la zona, quizá decidiendo como llevar a cabo el combate,
o buscando la mejor ruta de escape.
Al levantar la mirada el general clavó
sus ojos en Tory. – Soldado Tory. – Gritó Ritel. – A usted lo esperaba. Desde
este momento es el comandante de la segunda división, felicidades. Aquí tiene
sus órdenes. – Dijo extendiendo un trozo de papel.
-
Disculpe
general, pero ¿Y el comandante Septio?
-
Ese
cobarde huyó. Ya lo encontraremos y será ejecutado por traidor. Ahora lea sus
órdenes y junte a sus tropas. No hay tiempo que perder.
Tory desenvolvió el trozo de papel
que tenía en sus manos y lo leyó detenidamente.
Al comandante
de la segunda división, sus órdenes
son retirarse
por la salida oeste y rodear el campamento
por el río
para situarse en la retaguardia de las tropas enemigas.
Así realizar
una operación de yunque en conjunto con la primera división.
Que la
bendición de Zetch este de su lado.
Levantó la mirada lentamente y miró a
Elo, quien le dijo. – Iré a buscar a mi comandante, quizá esta vez debamos
combatir con ustedes.
-
Huye
Elo, encuentra el momento ideal para escabullirte y vete de aquí.
-
Pero,
eso es traición. ¡Me matarían!
-
No
quedará nadie vivo de aquí para perseguirte chico, no quiero que mueras aquí.
Huye y no lo pienses dos veces.
Y sin decir más nada se dirigió a las
carpas de sus soldados. Con voz clara y firme encantó. – A todas las tropas de
la segunda división, desde este momento soy su comandante. Tomen sus cosas y
síganme, es hora de ensuciarnos un poco. – Mostrando en alto la orden del
general en sus manos.
Los soldados sin cuestionarlo, acostumbrados
a los cambios repentinos de mando, se levantaron cargando su equipo y
emprendieron marcha hacía el río. La caminata fue silenciosa, sin quejas ni
preguntas, cada soldado sabía el destino que los esperaba. Al llegar al río, se
sumergieron en las aguas frías y pantanosas, emprendieron la senda hacía la
entrada del campamento. Agachados apenas sacando la cabeza del agua, intentando
ser lo más rápidos posible. La primera división no podrá soportar por mucho
tiempo.
Al llegar al punto del río desde el
cual emergerían para tomar la retaguardia de los mercenarios, se detuvieron.
Tory se volteó a ver a sus hombres, fue mirándolos uno a uno, desconocía el
nombre de la mayoría, sus edades, sus historias. – Atacaremos rápido,
lastimarlos antes que reaccionen y aprovecharemos el elemento sorpresa. No
dejen que la reputación de esos mercenarios los atemorice, son hombres, sangran
como hombres y mueren como ellos.
Nadie contestó, nadie asintió, solo
se quedaron allí quietos esperando la orden para avanzar y enfrentarse a la
muerte un día más.
Con un gesto de la mano, Tory comando
a la segunda división para avanzar. Con paso rápido y en silencio se dirigieron
a la entrada del campamento donde la primera división se encontraba.
Pero allí no se los esperaban sus
compañeros, casi ninguno de ellos se hallaba de pie. ¿Acaso habían tardado
demasiado tiempo? No, imposible, su paso fue lo más veloz posible. ¿Qué salió
mal? Tory se hacía mil preguntas y debía tomar una decisión rápida.
Identificó una sección de la primera
división aún de pie junto a la entrada. – Segunda división, asistan a la
primera división y ayúdenlos a retirarse. – Gritó Tory mientras desenfundaba su
espada y comenzaba a correr hacía la batalla.
En el camino observó a un joven, no
mucho mayor a Elo, que vestía la armadura blanca de los mercenarios de la
nieve. Caminaba por el campo de batalla como si fuere una agradable tarde en el
campo, con su espada guardada. Lo observó con cuidado, delgado, pálido, de
cabellos amarillos y largos. Parecía distraído, un blanco fácil.
Tory disminuyo el paso, se acercó a
él por detrás con su arma preparada y atacó. El joven se volteó a último
momento y esquivó la embestida. Sin ver el instante en que desenvaino su
espada, Tory sintió que sus piernas perdían fuerzas, su cuello sangraba y el joven
mercenario se encontraba en su espalda.
Dejó caer su arma, cayó de rodillas primero
y luego completamente al suelo. Ya sin fuerza, Tory comenzó a pensar, en su
esposa, su hija, su granja y su hermoso árbol. El árbol donde había vivido su
vida y en donde deseaba morir.